miércoles, 1 de octubre de 2008

”El que no cambia todo no cambia nada.”

Inigualable es la frase de Lenin con que he comenzado esta reflexión, han pasado ya cuarenta años desde Tlatelolco, lo más probable es que se mencione en el periódico, la televisión, o la radio; aunque sea un pequeño recordatorio, hoy se va a hablar del sesenta y ocho.

Tengamos la seguridad de que mañana muchos olvidaran lo que hoy tratamos de recordar, y los que no olviden lo intentarán, porque verán reflejada su realidad en los sucesos que ocurrieron hace cuatro décadas, y es que a pesar de que han pasado los años, tantas muertes y tanta sangre no se borran, ni se olvidan, siguen ahí, como la indiferencia con que hoy dejamos pasar este día, sin detenernos a pensar si acaso no seguimos en un sistema tan corrupto como el de hace años, y si no somos parte de ese sistema.

En 1968 la situación económica, política y social que atravesaba nuestro país era muy similar a la actual, el gobierno de Díaz Ordaz reprimía al pueblo para mantener un falso ambiente de estabilidad y paz ante los ojos del mundo puestos en México, y a pesar de que nadie buscaba alterar esa atmósfera, las personas solo demandaban lo que por derecho les correspondía, una educación de calidad, una buena forma de vida sin mascaras, exigían crecimiento y su autonomía, todo aquello les era arrebatado día con día con la bazuca y la metralla, que no son los medios apropiados para alcanzar la tranquilidad, sin embargo son los recursos de los que se valió la autoridad para acallar la inconformidad de quienes podían ver claramente la realidad.

Así ocurrió en octubre de aquel año, el ejército ocupó las instalaciones de la UNAM, hecho que ocasionó la explosión de la inconformidad acumulada, maestros, estudiantes, y sindicatos salieron a las calles a marchar con destino a la Plaza de la Tres Culturas para manifestar su desacuerdo con las medidas que el gobierno había adoptado, lo que comenzó como una marcha pacífica, terminó en una innecesaria masacre, cientos de personas inocentes fueron ejecutadas por soldados identificados por un pañuelo blanco atado al brazo, y tanto el gobierno como los medios pretendieron guardar silencio sobre este hecho que hasta la fecha sigue ahí, tiñendo de rojo la historia de México. Los disparos surgían por todos lados, lo mismo de lo alto de un edificio de la Unidad Tlatelolco que de la calle donde las fuerzas militares en tanques ligeros y vehículos blindados lanzaban ráfagas de ametralladora casi ininterrumpidamente.

La sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos se ha secado ya hace muchos años en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto al lugar de su quietud. Más tarde brotarán flores entre las ruinas y entre los sepulcros.

¿Y qué tenemos que ver nosotros en esto?, este no fue un hecho aislado, este crimen fue contra personas como nosotros, estudiantes y ciudadanos. Quizás hoy en día la situación no sea tan evidente, sin embargo seguimos amordazados por la inseguridad y formas más discretas de represión. La indiferencia nos ha inundado, lo cual es lamentable ya que demuestra una incapacidad para indignarse con los problemas y realidades de nuestro entorno, tenemos que darle valor a cada vida perdida, a cada lucha librada, porque son la búsqueda de una mejor realidad para todos, un mejor país, donde verdaderamente haya libertad, y esto solo se puede lograr si cada individuo adquiere conciencia social, como ciudadanos tenemos la obligación de dar el paso decisivo para lograr este cometido.

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