jueves, 9 de septiembre de 2010

En un espacio tan grande

De pronto los kilómetros en que nos movemos se reducen a unos cuantos metros: dos o cien o cientos, pero te tengo en todos lados, te veo a punto de caer a mi lado y mi voz no es suficiente para que escuches el "cuidado" que emiten mis labios. Luego, cuando me encuentro entre la muchedumbre te veo bajando una escalinata, moviéndote como mosca de un lado al otro, te pierdo en un hálito de tiempo, y de pronto apareces de nuevo, nunca en soledad, nunca con unos ojos de enojo o la boca seca de tristeza, siempre tan apacible, tan grácil, como las fabricaciones que habían nacido antes de mi mente, eres una mancha que me cubre la visión, el rayo que me parte hasta la médula, definitivamente un sinónimo de belleza que va más allá de la apariencia, porque lo que reside en ti es indescriptible y pacificador.
Te vi de nuevo jugando en lo alto, comenzando a mecerte como infante hasta perderte de mis ojos. Te arraigaste en mi mente, te traía entre la boca y mis confabulaciones, hasta que regresaste con otro rostro, el que tenías antes, entonces el mundo se hizo verdaderamente tan pequeño; cuánto hay que vivir en esta inmensidad para que de pronto, cuando al fin te tenía en mi cabeza, sea acorralada por la otra imagen de ti, la que seguí hasta ti pero que ya no anhelo, la lluvia de sombras de cierne sobre mí, y no sé qué hacer contigo que apareces aquí y allá...

Remedios

No hay comentarios: